«All’alba vinceró! Vincerò! Vinceeeeeroooooooooò. Nariararararararaaaaa»
¿La conoces?. Es el final de Nessun Dorma. Escucho a Pavarotti interpretándola en la Ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Turín. Tengo los pelos de los brazos como escarpias, los pezones tiesos y el corazón acelerado. Y eso que la he visto en vídeo, llego a oírla en directo y me corro viva. No, hombre, no por ser una groupie de Pavarotti, sino porque esta canción me provoca un orgasmo de piel. ¿Que no sabes lo que es? Claro que sí; seguro que has experimentado más de uno.
El poder de la música
La música tiene el poder de provocar una fuerte respuesta emocional y física. Ese poder ha sido investigado por expertos de distintas ramas científicas (neurociencia, psicología, etnomusicología, etc) que intentan desentrañar los mecanismos que causan esos momentos a los que se denominan «emociones», «escalofríos» y, más recientemente, «orgasmo de piel». ¿Por qué algunas piezas musicales provocan una respuesta física y emocional tan visceral?¿Esa respuesta es la misma en todas las personas?¿Puede componerse una canción que provoque un orgasmo musical a todo el mundo?
En el presente reportaje analizaremos algunas de las teorías y estudios más relevantes que se han publicado al respecto, intentando dar respuesta a estos interrogantes.
¿Qué es un orgasmo de piel?
Una serie de sensaciones físicas y emocionales que experimentamos cuando escuchamos una melodía determinada: escalofríos, piel de gallina, ganas de llorar, excitación sexual… el orgasmo de piel o escalofrío se siente con todo el cuerpo, lo desborda.
Investigadores como Maslow, Gabrielsson o Panksepp detallan en sus estudios las que se repiten en la mayoría de los sujetos encuestados cuando escuchan una canción que les conmueve profundamente: lágrimas, escalofríos (en los brazos y columna vertebral), hormigueo, temblores, tensión muscular, carne de gallina, nudo en la garganta, calor en el centro del pecho, excitación sexual y felicidad.
Algunas canciones pueden conducir a estados alterados de conciencia, al éxtasis espiritual, al trance, especialmente si se escuchan en determinados contextos sociales como, por ejemplo, las experiencias colectivas.
Muchas culturas consideran que la música no es un fenómeno meramente auditivo, sino que afecta a todo el cuerpo, al cerebro, al alma.
La palabra para designar la música en numerosas lenguas regionales de África occidental no la reduce a un fenómeno exclusivamente auditivo, sino que incluye un elemento coreográfico fuerte y la participación comunitaria activa, cuya sincronía musical depende de la transmisión oral o la sensación colectiva.
No sólo en África; los evangelistas experimentan éxtasis espiritual, los coros de góspel ríen y lloran sobrepasados por una alegría exultante, los sufíes sanan las enfermedades psíquicas con sama (música y danza derviche), las tribus de indios norteamericanos entran en trance inducidos por los tambores chamánicos.
¿Es exagerado calificarlo como orgasmo?
Según Mah y Binik, una canción puede provocar las mismas respuestas biológicas y psicológicas que un orgasmo sexual; incluso el mismo sistema de recompensa neuronal que placeres viscerales como la comida o el sexo.
Una de las investigaciones más relevantes sobre el orgasmo de piel es Thrills, chills, frissons, and skin orgasms: toward an integrative model of transcendent psychophysiological experiences in music, de Psyche Loui, psicóloga de la universidad de Wesleyan, pianista y violinista, y su estudiante Luke Harrison.
Para llevarlo a cabo, contaron con la participación de voluntarios a los que hicieron escuchar sus canciones preferidas mientras escaneaban su cerebro para entender mejor el funcionamiento de este cuando experimenta esta sensación, y descubrir cuáles son las particularidades musicales que provocan el orgasmo, inevitable, según la psicóloga.
Las experiencias musicales que nos llevan a la cumbre emocional, incluyendo las que provocan el escalofrío musical, tienen lugar en dos áreas anatómicamente distintas del sistema de recompensa del cerebro (es decir, el que nos proporciona placer como gratificación cuando hacemos algo): el núcleo caudado, que se activa en los momentos anticipatorios anteriores al pico emocional, y el núcleo accumbens, que se activa inmediatamente después de ese pico.
Por lo tanto, la melodía desencadena un proceso que provoca la liberación de dopamina (asociada al sistema de placer del cerebro, suministrando los sentimientos de gozo y refuerzo para motivar a una persona a que realice determinadas actividades) en el núcleo accumbens (conjunto de neuronas encargadas de la gratificación por el sexo, la comida o la obtención de prestigio) y el núcleo caudado; es decir, se pone en funcionamiento el mismo proceso que cuando practicamos sexo, consumimos drogas o sentimos fervor religioso.
¿Es igual en todas las personas?
No todas las personas reaccionan del mismo modo ni por los mismos estímulos, influyen una gran variedad de factores sociales, autobiográficos, psicofisiológicos, y psicológicos.
Por ejemplo, cuanto más estrecha sea la conexión entre las regiones del cerebro destinadas a lo emocional, lo social y lo auditivo, más frecuente será esta sensación. A esto hay que añadir el carácter individual de la experiencia musical; nuestras propias experiencias autobiográficas y sociales influyen de un modo determinante.
No toda la música causa las mismas sensaciones a las mismas personas, pero dicha experiencia no es totalmente subjetiva, sino que hay determinados condicionantes que la favorecen y por ello hay melodías que pueden causar orgasmos de piel a muchas personas. Por ejemplo, la música objetivamente triste suele provocar una emoción honda en el pecho. Uno de los motivos es la empatía, si escuchamos música triste, reconocemos esa tristeza y nos permitimos sentirnos de ese modo, incluso aunque no haya letra.
Otro de los condicionantes, según Louis y Harrison, son las expectativas que tenemos a la hora de escuchar una canción. La armonía y melodías occidentales se basan en la resolución de las tensiones causadas por la utilización de determinadas progresiones y combinaciones de notas. Cuando escuchamos una canción demasiado previsible, tendemos a ignorarla o considerarla blanda; si nos parece extraña atendiendo a nuestro criterio musical y a lo que estamos acostumbrados, nos resultará estridente. Son las composiciones que traicionan levemente las expectativas (cambios armónicos radicales, repentinas subidas de volumen, breves adornos disonantes con la armonía del tema) las que generan esta sensación. Es decir, cuando se quiebra levemente la expectativa que tenemos al escuchar una melodía, el escalofrío musical aparece.
También en los momentos en los que hay un pico de intensidad y saltos dinámicos repentinos, en la mayoría de los casos cuando es un salto de suave a fuerte, aunque cuando desciende a la suavidad extrema también suele provocar el mismo efecto.
Curiosamente, tras escucharla y saber que la expectativa se quiebra, no disminuye el efecto. Al contrario, el conocimiento previo provoca que sea aún más fuerte; en dichos casos nos ocurre lo mismo que al perro de Pavlov que salivaba sabiendo que iba a recibir alimento. Básicamente, la canción nos ha «amaestrado» para sentir excitación en determinados momentos.
Adicción a una melodía
Cuando ocurre algunas de estas cosas en un tema musical, el sistema nervioso excita el tallo cerebral, que provoca todos estos reflejos automáticos. Como hemos visto, este proceso provoca la liberación de dopamina en el núcleo accumbens, y el efecto es similar al que sentimos ante el subidón de las drogas o el sexo. El núcleo accumbens genera una respuesta positiva y la tendencia es repetir lo que nos genera placer. Cuanto más sensible es el núcleo accumbens a estos estímulos y cuantos más estímulos positivos reciba, más posibilidades tiene la persona de escuchar de nuevo la canción. No es que se enganche a la melodía como un drogadicto a los opiáceos, pero sí puede llegar a desarrollarse adicción al estímulo musical.
¿Durante cuánto tiempo? Es algo que el estudio no determina, aunque la experiencia nos ha demostrado que cuando escuchamos de manera compulsiva una melodía, tarde o temprano su efecto se diluye y dejamos de oírla una y otra vez, llegando incluso a aborrecerla (por fortuna para los vecinos). Si bien, pasado el tiempo, cuando volvemos a escucharla, el escalofrío nos vuelve a erizar.
Como a mí hoy.
Me temo que mi vecino volverá a escuchar Nessun Dorma a todo volumen un par de veces.
¿Y tú? … ¿Cual vas a escuchar tras leerme?
Brenda B. Lennox
“Nessun Dorma” – Luciano Pavarotti
3 comentarios
Creo que todos hemos experimentado alguna esa sensación escuchando música pero no le habíamos puesto etiqueta.
El repotaje queda perfectamente definido con la canción de Pavarotti …. sorprendente su cara al final de la canción …. y sorprendente las emociones que se consiguen escuchandola.
Totalmente cierto. La denominación de “Orgasmo de Piel” es perfecta. Es lo que ocurre cuando escuchas una canción que te emociona … se me ponen los pelillos de picos pardos …