Lamía el dedo gordo de su pie y él la miraba fascinado. Chasquidos de placer recorrían su columna vertebral y se sentía cuerpo/cable conectado a un enchufe. A la lengua siguieron los labios que apresaron. Chupaba, glotona, con el cuerpo desnudo arqueado. Los pechos perlados de sudor se balanceaban como si una fuerza invisible la estuviera penetrando por detrás. Creyó enloquecer. Sentía que su dedo era una polla que crecía dentro de la boca caliente y húmeda. Sólo pensaba en penetrarla con aquel dedo hasta la garganta, follarse su lengua muy despacio y correrse contra el cielo de su boca, inundarla y bajar por todo su cuerpo hasta su sexo; ser semen que se mezclara con las gotas de humedad que brillaban en el vello ensortijado de su pubis. Todo él dedo, todo polla, todo semen; desaparecer engullido y digerido en su cuerpo caliente, coño gigante.
– ¿Es eso lo que quieres? – susurró, de repente, mirándole con unos ojos que brillaban en la penumbra reptilianos como medias lunas. Él supo, entonces, con un escalofrío. Hipnotizado como un ratón enamorado de la hacedora de su propia muerte, asintió.
Antes de desaparecer del todo en la oscuridad de aquel cuerpo de suave piel escamada, suspiró feliz.
Brenda B.Lennox ©
Mediterráneo – Joan Manuel Serrat