
«Llevo echando polvos desde antes de que a Eisenhower le ascendieran a cabo primero, pero el polvo mejor que he echado fue en Da Hang, Vietnam. Las chicas pasaban la revisión sanitaria cada día, follábamos con todas las garantías, de forma ordenada, muy militar. Así fue hasta que a un gilipollas se le ocurrió contar a su mami, que jodía cada día en Vietnam. Eh bueno… entonces el invento se fue a la mierda. Unos tíos del congreso que tenían el culo tan dado de sí que no podían tirar un pedo después de beber una cerveza, empezaron a decir que los marines en servicio no podían ir a las casas de putas. Reaccionamos como lo hubiera hecho cualquier marine, les saludamos y nos fuimos a paso ligero a la casa de putas más asquerosa que había, donde pillamos la sífilis, la gonorrea, montones de piojos y desde entonces… teníamos mucho más cuidado cuando nos enrollábamos con alguna tía»
Eso es la guerra, chico, te lo aseguro
Sargento Highway
No sé si los tíos que estaban en el Congreso durante la Guerra de Vietnam fueron tan estrechos de miras como cuenta el «bueno» de Eastwood en Heartbreak Ridge, pero sí que lo fueron los que mandaban durante la Primera Guerra Mundial.
Como os hemos contado en alguna otra ocasión, el ser humano usa artilugios parecidos a los preservativos desde que asoció echar un polvo con cogerse una mierda o dejar embarazada a una mujer. Sin embargo, cuando su producción se industrializó dejando de ser privilegio de los pudientes, algún lumbreras decidió que las cosas no podían seguir así.
La primera propaganda de condones publicada en un periódico, concretamente en el New York Times, hizo saltar todas las alarmas de la moralidad católica y varios países comenzaron a aplicar medidas en su contra, incluyendo la tierra del tío Sam.
En 1873, la ley Comstock prohibió la anticoncepción en numerosos estados norteamericanos. No sólo no se podían usar condones, tampoco se podía informar sobre su existencia bajo amenaza de proceso penal. Se calcula que al menos 65 mil condones fueron confiscados y varios médicos encarcelados por haber cometido el pecado mortal de decirle a la gente que el preservativo podía evitar que contrajeran una enfermedad venérea o dejar embarazada a una mujer.
Así estaban las cosas cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Los soldados norteamericanos fueron los únicos que no tuvieron provisiones de preservativos. A pesar de la campaña moral que inició el gobierno norteamericano recomendando no meterla donde no se debía, en el primer año de conflicto hubo una tasa de ingreso a hospitales de 766,55 soldados por cada mil debido a las infecciones transmitidas sexualmente.
Franklin D. Roosevelt, asistente del secretario de la Armada, vio la luz y ordenó distribuir entre la tropa paquetes profilácticos que incluían ungüentos antisépticos y condones. Más vale tarde que nunca.
Durante la Segunda Guerra Mundial, conscientes de que sus tropas iban a irse de putas con o sin campaña moralista, el gobierno de los EEUU con Franklin D. Roosevelt como presidente, inició otro tipo de campañas publicitarias agresivas como el famoso «No se olvide! Póngaselo primero antes de meterlo» y mandaron miles de preservativos a sus tropas para prevenir la transmisión de la sífilis y la gonorrea.
Los soldados tenían tantas gomas que en vez de usarlas para proteger su pistolita, las utilizaban para proteger las del inventario del ejército.
¿Y la de Vietnam? «Como os estaba contando, había una morenita en Bangkok que tenía un chocho que era una maravilla».
2 comentarios
Menos mal que algo se aprendió de una guerra a otra, no escatimar en preservativos.
Vaya, la doble moral americana casi se carga a todas las tropas…