Una vez que el amor verdadero llama a tu puerta, lo reconoces al instante aunque probablemente no le das la bienvenida porque tienes miedo de sentir algo tan fuerte e intenso. Quien no se ha enamorado nunca de verdad no conoce esa sensación, que es única y maravillosa. Amar a alguien por encima de todo, querer de verdad, ser capaz de anteponer la felicidad de la otra persona a la tuya y disfrutar de cada segundo que compartes con tu enamorado como si fuera lo último que vas a hacer en la vida. Deleitarse con los encuentros sexuales, gozar de cada caricia y considerar erótico cualquier tempo. Saborear cada rincón de un cuerpo que haces tuyo y que te lleva al séptimo cielo del placer.
Eso es lo que nos ocurrió. Estábamos unidos por un amor que rozaba la sin razón. Le amaba más que a mi propia piel.
Hacíamos el amor de una forma distinta según el momento, pero siempre con una pasión desorbitada. Nuestros cuerpos se necesitaban, buscábamos el mayor contacto posible y alimentábamos nuestra dulce lujuria proporcionándonos lo que necesitábamos en cada encuentro.
Recuerdo cierta ocasión en la que, después de varios días difíciles, por fin logramos hablar y solucionar algunas pequeñas rencillas que nos habían distanciado. Comimos juntos y después paseamos agarrados de la mano sin apenas decir nada. Nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando y simplemente sonreíamos confirmando con nuestro propio código no verbal que todo iba bien de nuevo.
Cuando llegamos a casa después de la breve caminata, nos quedamos de pie el uno frente al otro, sin hablar, admirándonos, expresando con los ojos lo que nuestros corazones gritaban. Nos amábamos demasiado. Nos deseábamos. Nos necesitábamos irracionalmente.
Nuestras bocas se unieron y comenzamos dándonos besos muy tiernos. Yo le acariciaba el pelo a la vez que nuestras lenguas se buscaban para saborearse. Después de un buen rato degustándonos, separamos nuestros cuerpos. Sin apartar ni un segundo la mirada el uno del otro, fuimos quitándonos la ropa lentamente, hasta quedar completamente desnudos. Él se sentó en una silla y me tendió la mano para que me acercara. Mis pechos quedaban justo a la altura de su boca. Acercó su nariz a mi pezón y me dedicó suaves caricias alrededor, luego hizo lo mismo con el otro. Después comenzó a lamerlos con mucho cuidado, suavemente, y consiguió ponerlos duros como el acero. Estábamos tremendamente excitados. Nuestra respiración se entrecortaba y leves gemidos salían tímidamente de nuestras bocas.
Me dio la vuelta y acarició mi espalda con delicadeza y siguió con sus manos la trayectoria de mis caderas una y otra vez. Después me sentó, acoplando mi trasero en su pene absolutamente rígido y húmedo. Yo mientras trazaba sutiles círculos alrededor de su erección incitándole a sentir cada vez más el roce de su piel mojada con la mía. Sus dedos asomaron delante de mi acariciando cada milímetro de mi sexo y alternando caricias desde el clítoris hasta la entrada de mi abertura. Sus dedos entraban y salían hábilmente y volvían a las caricias una y otra vez. Su boca exhalaba un cálido aliento mientras permanecía pegada a mi espalda haciendo que me arqueara de una forma casi desesperada.
Me levanté y me di la vuelta. Sus ojos resplandecían. Sus mejillas ardían de puro placer. Me arrodillé y esta vez fui yo la que lamió sus pezones con templanza. Mi lengua comenzó a bajar por su estómago y llegó hasta la punta de su pene que la esperaba ansioso. Lo recorrí completamente y le dediqué un delicado besuqueo a la vez que alzaba mi mirada para poder ver lo que mis caricias le estaban provocando. Me sonrió con mucho amor.
No tardó en agarrarme por debajo de los brazos y conducirme hasta la cama para seguir con lo que habíamos empezado. Me colocó a horcajadas sobre él y se quedó quieto. Solo me observaba. Yo misma iba a buscar mi propio placer únicamente con su roce y su mirada. Y así fue.
Me posicioné de forma que el contacto de su pene y mi vulva era total, pero sin llegar a penetrarme. Mi cuerpo oscilaba de un lado a otro y de arriba abajo. Sus ojos estaban clavados en los míos. Yo humedecía mis labios con mi lengua y él por su parte se mordisqueaba el inferior. Estábamos sumidos en un estado de plena excitación.
No sé exactamente el tiempo que pasé acariciándome con su cuerpo, pero el orgasmo que me sobrevino me turbó por completo. Temblaba de puro placer. Cada una de mis terminaciones nerviosas sentía la sacudida del clímax. Sus ojos seguían clavados en mí. Delataban el grado de excitación que él tenía y a la vez la adoración que sentía por su amada.
Nuestras lenguas volvieron a unirse mientras yo depositaba en su boca los últimos gemidos que provenían del placer más absoluto. Le insté a que se pusiera de pie. Ahora era yo la que iba a llevarle al paraíso. Agarré su pene con delicadeza y lo introduje en mi boca sin soltarlo, masajeando toda su longitud. Después de realizar suaves movimientos alrededor de su glande y de notar que ya estaba absolutamente preparado, me coloqué su falo entre los pechos y con mis manos los apreté para proporcionarle un contacto total. Él repetía movimientos en mi dirección mientras su respiración se volvía más agitada. El ritmo se fue incrementando y sus sacudidas delataban lo que estaba a punto de ocurrir. Dejó escapar un grito ronco y se corrió entre mis pechos. Me resultó totalmente erótico notar su líquido caliente resbalando por mi estómago y mi abdomen. En seguida se agarró su miembro con una mano y repartió el semen que seguía saliendo por ambos pezones. En ese mismo instante volví a excitarme, me pareció el momento más erótico de aquella tarde inolvidable.
El sexo lo contuvo todo: cuerpos, almas, significados, pruebas, pureza, dulzura, amor…
El latido al unísono del sexo y del corazón creó el éxtasis.
© Arancha García
«No Me Compares»– Alejandro Sanz
12 comentarios
Exquisito relato
Buena evolución en el relato, pasar del amor de una pareja al sexo en tan poca líneas y que acabe excitándote no es fácil. Narrar amor y sexo es muy difícil. En mi opinión la escritora lo ha conseguido. Enhorabuena ¡¡¡
Leer un relato de Arancha es una excitación de los seis sentidos. Enhorabuena, porque consigues ir subiendo la temperatura cada vez más, aún cuando parece que es imposible conseguir más, le das un par de vueltas antes del desenlace. Brillante.
Así debería ser siempre el amor, lleno de sexo súper intenso, incansable, insaciable….
Muy cañero el relato, me gusta.
También existe la erótica del amor, vease lo bien que esta escritora los conjuga.
El detalle con el que está narrado este relato, lo hacen muy intenso y excitante.
Bueno, muy bueno.
En el amor también cabe el erotismo…
Un relato muy bien conducido, mis felicitaciones.
Buenísimo el relato, sigo la revista y todos los relatos que he leído de A. García me encantan y este, no iba a ser menos.
Fantástico !!! 🙂
Un relato de amor y sexo apasionado, me encantó
muy bueno el relato, impresionante.