El autobús comenzó a moverse a las nueve, según la hora prevista.
Ya relajada, tras las prisas para no llegar tarde, me acomodé en mi asiento. Había dormido poco aquella noche y quedaban cinco horas de viaje por delante, así que el sueño pronto se apoderó de mí.
No había pasado ni media hora cuando abrí los ojos. Me desperecé, intentando recolocar un poco mi cuello dolorido y fue entonces cuando me di cuenta de que el asiento de al lado no estaba vacío. Un hombre de mediana edad leía apacible y, al sentir mi mirada en él, me miró sonriente.
—Se sienta un hombre de buen ver a mi lado, y yo durmiendo. No tengo remedio —pensé.
El paisaje se mostraba a mis ojos, a través de la ventana, amarillo y seco. En un par de horas cambiaria totalmente. Unas voces me sacaron del ensimismamiento:
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Busqué con la mirada. El espacio entre los dos asientos delanteros me permitió verlos. Sus bocas se acercaban y se besaban, como si se acabaran de encontrar. No dejaban de hacerlo.
Por el escaso hueco, pude ver cómo la mano izquierda de él, acariciaba todo el lado derecho de ella, buscando y encontrando.
Miré de reojo a mi compañero de asiento que seguía leyendo, ajeno a lo que ocurría delante de él, cosa que me alivió. Volviendo la mirada hacia la ventana, retrocedí en el tiempo.
Era invierno y el sol entraba en mi dormitorio inundando la cama. Yo estaba tumbada y él de rodillas, a mi lado, no dejaba de acariciarme a la vez que preguntaba:
—¿Quieres más? Aún no hemos terminado, ¿quieres más?.
Mi sexo húmedo era el que respondía que sí.
Unas risas nerviosas me devolvieron al presente, el sonido de sus besos, seguido de silencios continuaba. Me revolví en el asiento y miré de nuevo a mi acompañante. Había dejado la lectura y parecía dormir. Rocé sin querer su antebrazo.
—Perdón.
—No pasa nada.
Me gustó la sonrisa que me dedicó y volví a dejar que mi piel reposara en el asiento, junto a la suya. Comencé a sentir el calor en esa zona, un calor agradable, que se extendía lentamente por todo mi cuerpo. Mantuve los ojos cerrados. Un ligero movimiento de su mano hizo que se colocara al lado de la mía. Ahora su mano izquierda y mi mano derecha se estaban tocando. Él movió su dedo meñique, que se entrelazó con el mío. Giré la mano, dejándola abierta hacia arriba, vulnerable. Sus dedos repasaron todas las líneas, suavemente, no dejándose ni una, llegando hasta mi muñeca.
El calor que había comenzado a sentir por todo el cuerpo, se quedó para no irse, no sé durante cuánto tiempo. Apareció la humedad y hasta el corazón latía en mi sexo.
Giré la cabeza hacia mi acompañante y la mirada bajó directamente hacia su bragueta abultada. Él volvió la cabeza hacia mí y sus ojos se quedaron en mi escote. Después nos sonreimos. Nuestros cuerpos habían respondido sin ninguna implicación.
Volví a mirar por la ventana y el verde ya estaba allí.
© María José Calahorra
“La de la Mala Suerte”– Jesse & Joy
2 comentarios
Muy bueno !
Me encanta ! Un relato muy original y excitante…